Se aproximaba ya la media noche y andaba retrasado para un vuelo a un país totalmente distinto al mío. Cuando pise el Aeropuerto Jorge Chávez, no sabía si sentirme alegre, porque vería cosas que tal vez jamás imagine o triste porque dejaría parte de mi familia y amigos.
En realidad nunca lo sabré.
Ya con las maletas listas y unas lágrimas perdidas emprendí mi viaje al lado de mi madre. En el avión ubique mi asiento, guarde una maleta de mano y una mochila en la parte de arriba. Todo parecía indicar que sería un largo viaje, pero no pensé que lo fuera tanto. Seis horas duro mi primer recorrido hasta Atlanta (EE.UU.),luego 14 horas más para llegar a Japón .Desde muy pequeño siempre soñé que llegaría a pisar suelo americano antes que cualquier otro país , y así lo fue ,al menos por unas horas que anduve deambulando por el aeropuerto de Atlanta.
“Próxima parada: Aeropuerto de Narita” (Japón), escuche del altavoz .Se apodera de mi la desesperación, quizás fueron las 20 horas más largas de mi vida, quizás moría por volver a ver a mi hermana, quizás ya no sabía que sentir.
Recogí mis maletas .Camine y camine entre miradas que parecían dormidas, hasta que por fin, entre desconocidos distinguí a una joven de ojos redondos, piel trigueña y una sonrisa de oreja a oreja , definitivamente era Tatiana, mi hermana.
Primero mi madre rompe en llanto y se abrazan muy fuerte, después Tatiana me mira, me abrasa y entre lagrimas me dice: “que grande que estas chibolo” y empezamos a reírnos como dos niños otra vez.
Japón me recibió con una lluvia muy fuerte, aunque prácticamente era mitad del verano, bueno a mi no me importo y me puse a saltar con los brazos extendidos, dejando que el agua forme parte de mi cuerpo.
Luego nos dirigimos en tren al pequeño departamento de mi hermana ubicado en Yokohama. Ellas hablaban y hablaban, mientras que yo me perdía en el paisaje .Bajamos del tren y tomamos un taxi que nos dejo cerca del “apato”, como aquí se le dice al departamento. Luego mi hermana me indico que suba unas escaleras y espere ahí, abrió una puerta y note que se quito los zapatos. Aunque yo no entendía eso, también lo hice.
Ya dentro del apato, solo quería descansar, entonces le pedí a mi hermana que me indicara donde podría hacerlo. “Aquí tienes tu futón” me dijo sonriendo de manera burlona. Le pregunte qué era eso y simplemente me dijo “tu cama”. El futón es una especie de colchón delgado que va en el piso y es usado por los japoneses más que nada para ahorrar espacio ya que los departamentos son pequeños y costosos. Me encontraba muy cansado como para rechazar la propuesta, así que me acosté sobre el futón y caí rendido ante el sueño.
Me desperté pensando que aun me encontraba en Perú, pero note que ni siquiera estaba en mi casa. Entre la oscuridad busque mi reloj. “No seas tonto” me dije, era obvio que ya ni la hora podía ser la misma. Me quede recostado aun sin entender muchas cosas.
A la mañana siguiente desayunamos y decidimos salir a conocer más de este hermoso país. Mientras anduve por las calles de Yokohama note que había un orden y una limpieza total, no veía esas clásicas combis con los pasajeros saliéndose de las ventanas, ni desperdicios o basura por doquier. Podía sentir un aroma diferente, un aroma puro y tranquilo. Todo era muy distinto a lo que yo podía recordar de mi país.
Pasaron los días y me acostumbre mas a Japón, conocí lugares turísticos como La torre de Tokio (Tokio Tower), que es muy conocida por su diseño que está basado en el de la Torre Eiffel de París es por esto que es muy concurrida por los turistas para tener una vista amplia que les permita tomar buenas fotografías de la ciudad, además también visite un templo sagrado donde se encuentra la famosa estatua gigante de bronce del Buda de Kamakura.
Seguían pasando los días y ganaba más experiencias en mi vida. Un día Tatiana venia de hacer compras en un taxi, bajo del auto y la ayude a subir los paquetes, ya dentro del apato, de pronto su rostro se torno algo diferente, ¡Me olvide mi celular! , exclamó. Ella llamo al servicio de taxis y justo cuando empezaba a informar sobre el asunto, el timbre sonó, era el taxista con el celular en mano. Esto no le sorprendió mucho a mi hermana porque ya se había acostumbrado a la gente de Japón, por otro lado a mi me dejo pensando. ¿Sera que aquí las personas tienen una alta escala de valores? , ¿Es por esto que es un país tan desarrollado? Imaginando que en Perú haya sucedido esto tal vez la historia hubiera sido diferente.
Un día conversando con Tatiana, le dije que me gustaría experimentar trabajar aquí, saber que se siente ganarse con esfuerzo el dinero, era lo que yo quería .Entonces ella hizo unas llamadas a antiguos trabajos y surgió una oportunidad en una fábrica de comida para laborar en el turno madrugada.
Estaba dicho, empezaría a trabajar en un par de días .Llegada la fecha, Tatiana me acompaño solo el primer día para enseñarme como llegar a la fabrica. Fuimos en bicicleta hasta la estación del tren, luego abordamos el tren con dirección a la localidad de Sugita. Y por ultimo tomé un bus que recogía solo personal de la fabrica para llevarlos a e ella. Eran ya las 10 de la noche y lo siguiente fue un temor muy grande, ya que no sabía el idioma. ¿Como haría para comunicarme? ¿Que hare si no les entiendo nada?
Latinos y japoneses me observaban con cierto asombro .Era muy joven para aquel trabajo .Un señor de aproximadamente cuarenta y cinco años me dijo: ¿De dónde eres? , le respondí con nervios, “de Perú”. Entonces me dijo “que bien me llamo Raúl, tu solo sígueme comparito”. Alrededor de 20 extranjeros trabajaban en esa fábrica, la mayoría peruanos, uno que otro brasileño y nada más. Todos pasaban ya de los treinta años .Nos dirigimos en filas hacia los vestidores donde nos entregaron unos zapatos blancos, guantes, uniformes impecables, mascarillas y unos gorros que cubrían toda la cabeza.
Al terminar de cambiarme, parecía una especie de ninja luminoso .Fuimos en grupos a la sala principal donde se elaboraban los platillos que después iban a ser empaquetados para ser puestos a la venta en supermercados.
Todo el mundo parecía un robot, iban y venían por todos lados trabajando sin parar, mientras que yo simplemente me quede asombrado de todo lo que veía. De pronto un japonés se me acerco y me hablo, por supuesto que yo no le entendí nada pero por la forma en que me hablaba supe que me decía “oye muévete, trabaja”. Me llevo hacia el final de una línea de trabajo donde llegaban los platillos ya sellados, y por medio de gestos me indico que debía pegar unas etiquetas a cada empaque. Cuando vi al japonés enseñarme el trabajo, a simple vista parecía fácil, pero recuerdo que en un momento se me acumularon muchos empaques y terminaron cayéndose al piso, fue una situación muy graciosa porque un pequeño detalle provocó el paro total de la fábrica. Japoneses y latinos gritando como locos. Luego apareció Raúl, quien me ayudo a etiquetar los empaques restantes. Terminó la noche y me encontraba cansado solo de poner etiquetas las ocho horas.
Partimos del trabajo hacia nuestros hogares a las seis de la mañana. Regrese por el mismo camino y en la estación donde deje mi bicicleta, extrañamente para mi aun seguía ahí. “En Perú quizás no quedaría ni las llantas “pensé. Así fue mi primer día de trabajo en Japón.
Pasaron unos meses y ya no era el mismo peruanito tímido en Japón, ahora andaba por las calles de Tokio perdiéndome entre las luces sin temor alguno.
Son las 10 de la noche, fumando unos cigarrillos en la playa de Ominokoen me pongo a contar los días que faltan para regresar a mi tierra natal: Perú.
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