Una enfermedad sigilosa y fuerte
está entre nosotros
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El entretenimiento de alguna forma es parte de la vida, muchas veces necesitamos de algún tipo de juego para calmar un poco el estrés o aburrimiento, en mi caso disfruto de los juegos de estrategia en donde hay que analizar distintas opciones y ser precavido al momento de tomar una decisión, lo cual encuentro atractivo porque esto se puede aplicar a la realidad.
Sin embargo el entretenimiento podría ser también algo no saludable para la persona si se sobrepasa los límites, esto podría generar la posible enfermedad conocida como “ludopatía“.
La ludopatía es un desorden adictivo caracterizado por la conducta descontrolada en relación a los juegos de azar, (cartas, tragamonedas, bingo), videojuegos, al Internet. La inversión de tiempo, energía y dinero en las actividades de juego aumenta con el tiempo y la persona se va haciendo más dependiente del juego para enfrentar la vida diaria, disminuyendo las actividades profesionales o de recreo. La más extendida es la provocada por las máquinas tragamonedas, debido a su fácil acceso. Nuestro país ha llegado a convertirse en uno de los países latinoamericanos más afectados por esta enfermedad incluso en menores de edad, que tienen al alcance muchos juegos electrónicos.
La adicción al juego se suele asociar a consumos excesivos de alcohol y otras drogas. Y si se aprecian pequeños hurtos, gasto semanal excesivo, absentismo escolar, alteraciones emocionales o disminución del rendimiento escolar, etc. puede existir un riesgo iniciador de ludopatía.
Se considera que una persona es ludópata cuando su juego lo lleva a tener problemas a nivel personal (deterioro de su higiene y salud física, privación del sueño), familiar (abandono de la vida familiar, conflictos matrimoniales, sentimiento de abandono a sus seres queridos), profesional (negligencia laboral) y social; de forma que piensa, vive y actúa en función del juego. Organiza su vida en torno al mismo, dejando a un lado cualquier otro tipo de actividad. Convirtiéndose por tanto en un esclavo del juego.
Generalmente, se juega por pasar el rato, por obtener una ganancia, pero cuando trae consigo que se actúe y viva en función del juego, se puede hablar de una enfermedad que necesita ser tratada
Para el ludópata el juego no es un vicio si no una necesidad, ha establecido una dependencia con el juego como otros individuos con el tabaco, el alcohol o las drogas. Pero como en toda adicción la víctima es el último en darse cuenta, o mejor dicho en reconocer que tiene un problema.
Se ha encontrado que los sujetos más proclives a sufrir problemas de este tipo, son los que presentan déficit específico en sus habilidades de relación y de comunicación.
Esta problemática de los adolescentes, la adicción a los videojuegos, es una modalidad de ludopatía que muchas veces se sustenta en el descuido de los padres.
Todos los estudios epidemiológicos sobre el juego patológico coinciden en destacar que el sector de población más afectado por esta enfermedad es entre los 15 y 29 años de edad. En el caso de las personas en tratamiento en lugares de ayuda contra dicha adicción, casi el cincuenta por ciento son menores de veinticinco años.
En Perú, donde casi todas las modalidades de juego de azar con apuesta están dadas de forma no penalizada y se habla de una "segunda generación de ludópatas", los que siempre han conocido el juego como algo legal y cercano. Pero la legalización no explica por sí misma el notabilísimo aumento de la ludopatía entre los más jóvenes, especialmente si tenemos en cuenta que en otros países con legislaciones diferentes, como Estados Unidos o Canadá, las cifras son muy similares a las de nuestro país.
Debemos buscar, pues, otras causas más globales que expliquen la elevada repercusión de la ludopatía entre los jóvenes y adolescentes. Una de estas causas es, sin duda, el papel protagonista que han adquirido los videojuegos en las vidas de muchísimos niños y jóvenes.
Se habla con frecuencia de la adicción a los videojuegos como un factor de riesgo o un paso previo para contraer una ludopatía, pero analizando más a fondo; la adicción a los videojuegos es una forma de ludopatía, tan grave y tan autodestructiva como la adicción a las máquinas de premio o a los juegos de bingo o casino.
Entendamos que el aspecto económico, aun siendo la consecuencia más llamativa de la enfermedad del juego, no es por ello la más grave. El ludópata busca en el juego un refugio, una vía de escape a sus miedos, sus complejos, sus carencias de personalidad. El dinero es sólo un componente más en el mundo de fantasía del ludópata. No es más importante que todos los demás: el pensamiento mágico que le lleva a pensar que puede dominar al azar; la serie de gestos y rituales que habitan en una mesa de bingo, en la ruleta de un casino o en una noche de póker; la superstición del jugador; las otras conductas adictivas que suelen acompañar al juego, especialmente el alcohol y el tabaco. El jugador se comunica con el juego mediante un código propio y privado. Se evade del mundo real, para el que no se considera hábil, y trata de crear su propio mundo, su propio cosmos.
Tal vez ahora el lector, puesto en antecedentes, pueda comprender que los videojuegos no se diferencian esencialmente del resto de los juegos potencialmente adictivos. Nuestros niños y adolescentes aprenden a relacionarse con una máquina y se olvidan de cultivar sus habilidades emocionales y sociales. Los videojuegos son mucho más agradecidos que las personas; las relaciones personales muchas veces son difíciles e incluso hirientes, mientras que la máquina es siempre previsible y, cuando uno se cansa de ella, puede apagarla o, mejor aún, probar con un juego distinto.
Lamentablemente, como ocurre en el resto de las ludopatías, los familiares sólo empiezan a preocuparse cuando el enfermo comienza a desatender sus obligaciones, a manifestar conductas antisociales o a robar dinero para mantener su adicción.
CASO CLÍNICO
Carmen R.J. es una mujer de 66 años, viuda, cesante del magisterio que subsiste con su limitado sueldo de jubilada, más 200 a 300 soles que cada mes le envía desde provincia su única hija.
Vive sola en un pequeño apartamento propio y se dedica a tiempo completo a sus quehaceres de ama de casa. Después de las cinco de la tarde sentía que ‘ya no tenía nada qué hacer’ y hace 6 meses empezó a ir al casino los días miércoles y sábados en compañía de una vecina. Al inicio limitaba su apuesta y quedaba con ‘remordimientos de conciencia ‘cuando perdía y, en ocasiones, la amiga le prestaba algo de dinero para seguir jugando.
Sin embargo, haciendo un balance de las cosas, tenía la sensación de ‘tener suerte para el juego’ porque más de una vez el premio del tragamonedas le había permitido tener un dinero extra para cancelar una compra o pagar algún tipo de servicio.
De modo que decidió asistir al casino más seguido, incluso sola. Tres meses después jugaba todos los días y cada día se levantaba de la cama con el pensamiento puesto en “las cinco de la tarde”. La espera la llenaba de angustia y entonces decidió acudir desde las 11 de la mañana. Iniciaba sus labores de hogar más temprano que de costumbre y dejaba el almuerzo hecho para regresar después de las dos de la tarde. A las 5 pm retornaba al tragamonedas y seguía jugando. Pronto se dio cuenta de que su suerte había dado un giro y que las pérdidas superaban largamente a las ganancias; entonces, decidió hacer un ajuste en su economía: dejar de pagar el ‘medio paquete’ del servicio de cable, disminuir el presupuesto destinado para su alimentación (bajo la justificación de reducir su peso para ‘evitar la diabetes’) y dejar de comprar las pastillas de calcio con vitamina D que le habían recetado para tratar una ‘osteoporosis precoz’. Lejos del entretenimiento y relajación que obtenía en las primeras semanas de juego, ahora padecía de constante angustia y síntomas como cefalea, palpitaciones y hasta pesadillas. Una antigua
vecina llamó a su hija por teléfono y le contó que su madre estaba enferma y en mala situación económica. Cuando llegó a Lima la encontró adelgazada, demacrada, mal vestida y sin los servicios de agua, teléfono y luz porque habían sido cortados por falta de pago. Carmen era una víctima más de la ludopatía.
DATO ADICIONAL :
En la década del ochenta los peruanos conocíamos los casinos y tragamonedas simplemente por el cine. Sin embargo, cuando en 1994 se promulgó la ley que permitía abrir este tipo de negocio del entretenimiento, las salas se expandieron de modo vertiginoso. Hoy, avenidas como La Marina, Aviación, Paseo de la República o Larco están plagadas de casas de apuestas.
En el Perú solo hay 66 Salas de Juego autorizadas por el Ministerio de Comercio Exterior y Turismo (Mincetur) pero hay más de 700 establecimientos en trámite de autorización para abrir sus puertas a una demanda en continuo crecimiento.
Para que un local sea considerado dentro del rango de casino debe ofrecer mesas de naipes. Si no las tiene únicamente se quedará en la categoría de tragamonedas. En el Perú solo hay siete casinos y se encuentran en Lima: La Hacienda, Los Delfines, el Casino de Miraflores, el Sheraton, el Golden Palace, el Majestic y La Huaca. Acá radica la gran diferencia con otros
países de Sudamérica. Argentina, con 120 casinos en todo su territorio, cuenta con 45 mil máquinas. Nuestro país, con solo 7 salas de juego calificadas como casinos, posee 56 935 máquinas (solo alrededor de 8 000 máquinas tienen autorización de Mincetur) distribuidas en 977 establecimientos. Las salas de tragamonedas son un fenómeno en el Perú e invaden todo Lima. La situación es más evidente en los distritos como Miraflores, Cercado, Magdalena, San Miguel, San Juan de Miraflores y Los Olivos; sin embargo, el 96% de las 977 que existen en todo el país no cumplen con los requisitos exigidos por ley y actúan sin la autorización del Mincetur. Según cifras oficiales, el 41% de salas de juego en el Perú operan de manera informal y el 55% lo hacen gracias a órdenes de carácter judicial, como medidas cautelares y acciones de amparo.
¿TIENE SOLUCIÓN LA ADICCIÓN AL JUEGO?
El juego patológico tiene solución, aunque hay que admitir que no es fácil porque el tratamiento tiene que alcanzar muchas esferas de la vida de la persona y esta es una enfermedad en la que hay que estar controlándose durante toda la vida. Los tratamientos pueden ser en grupo o individuales. En ocasiones, la persona afectada puede tener que tomar algún medicamento y, en otras, será un tratamiento sólo psicológico.
Lo que debemos tener en cuenta es que el simple hecho de que la persona con el problema pida ayuda es un enorme paso hacia su curación. En ese momento necesitará todo el ánimo y apoyo que su familia y amigos le puedan dar. Este ánimo y apoyo pasan por acompañarle a las sesiones de terapia, alabar sus progresos y, lo que es muy importante, no hacer caso de sus recaídas (para no apoyar la idea de que su problema no tiene solución). Si usted es un familiar o amigo de un jugador patológico, no dude en preguntar al profesional que esté tratando al enfermo sobre qué puede hacer usted para ayudarle. Sobre todo pregúntele qué es lo que no debe hacer.
Las consecuencias de este trastorno son diversas y afectan al ámbito personal, familiar, profesional y social.
En el ámbito personal parecen obvios los graves problemas económicos a los que se pueden llegar a enfrentar un jugador patológico y su familia. Cuando los jugadores son hombres, una vez agotados sus propios ingresos, suelen intentar buscar dinero fuera de la familia, mientras que las mujeres suelen pedir prestado el dinero a familiares. Por otro lado, pueden aparecer otra serie de adicciones como alcoholismo o tabaquismo.
El jugador patológico puede cambiar su forma de ser: desarrollar una depresión (con más frecuencia en mujeres que en hombres) o altos niveles de nerviosismo, tensión y agresividad. El jugador patológico puede tener pensamientos de inutilidad, de culpabilidad, de que no vale para nada y de que lo único que hace es crearse problemas él y a los que le rodean. En ocasiones aparecen problemas como dolores de cabeza, molestias en el estómago y dificultades para conciliar el sueño.
En el ámbito familiar más cercano, cónyuge e hijos, se irá desarrollando una gran tensión. En las parejas en las que la jugadora patológica es ella, la ruptura de la pareja suele ser la consecuencia más frecuente. En los matrimonios en los que él es el ludópata, la esposa puede manifestar depresiones y dificultades de comunicación. En un principio suelen negar el problema que, más tarde, le genera una gran tensión para, al final, desesperarse. Los hijos de jugadores patológicos suelen sufrir las consecuencias de falta de cariño, continuas peleas en el hogar, ser el blanco de la irritabilidad de sus padres, etc. En un futuro ellos serán un conjunto de personas con mayores probabilidades de tener problemas en el colegio o instituto, desarrollar conductas adictivas, depresiones, ansiedad, etc.
Cuando en una familia es el hijo el que tiene el problema de ser un jugador patológico, los padres no suelen saber qué hacer y, a menudo, cubren las deudas del hijo a cambio de promesas de que no va a volver a suceder. Probablemente sus familiares, amigos y conocidos se alejarán de él, tanto porque ha cambiado su forma de ser, como porque les está pidiendo dinero continuamente.
Esto provocará que el jugador patológico se quede cada vez más solo.
En el trabajo se puede llegar al despido, ya sea porque se quedó jugando en el casino toda la noche y llego tarde al trabajo, o porque cometa robos a compañeros de trabajo o de la caja, si tiene acceso a dinero en efectivo. También pueden producirse consecuencias de tipo penal, si se llega al extremo de cometer delitos como medio para obtener dinero.
Es difícil que la persona reconozca que es ludópata, por lo que podemos tener dudas sobre si tiene o no este tipo de adicción, sin embargo si tenemos la convicción de que esta persona tiene un problema con el juego tenemos, por todos los medios, la obligación de hacérselo ver y de convencerla para que acuda a un psicólogo o un centro donde le puedan ayudar a superarlo. Si es alguien que se halla dentro de nuestro entorno familiar podemos intentar controlar su dinero, ayudarle a encontrar alguna afición que le resulte atractiva, y si tiene algún problema (que posiblemente sea el causante de su adicción al juego) ayudarle a solucionarlo, acudiendo a un especialista si fuese necesario. La rehabilitación es dura, pero posible, especialmente si esta persona cuenta con el apoyo de la familia y los amigos durante y después de esta enfermedad.
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